La sociedad de hoy necesita una auténtica alfabetización ética, que inicia por el conocimiento de la propia dignidad como seres humanos.
¿Por qué será que un joven de 14 años recurre a las drogas –que son tan dañinas–, ya sea para divertirse o para evadir alguna otra realidad? Sabemos que lo que nos mueve a todos a actuar es acercarnos a algo que consideramos bueno para nosotros. Si este chico recurre a las drogas es porque está viendo en ellas la solución a su situación anímica, o porque quiere experimentar un placer que piensa que le hará bien. Ningún joven prueba la droga para hacerse adicto, agresivo o criminal. Las consecuencias negativas nunca son buscadas directamente.
La cuestión, entonces, pasa a ser un problema de percepción.[1] Las cosas aparecen como buenas o como malas según nos afecten a nosotros. El decir groserías, por ejemplo, en sí mismo ya no se considera ni bueno ni malo: si con ellas caigo bien, son buenas y las digo, si, por el contrario, me las dirigen a mí, me ofenden y se convierten en malas. La honestidad es importante y todos somos muy honestos, pero cuando en un examen puedo ver las respuestas del otro no lo llamo trampa, sino “audacia”, que también es “formativa”. Robar es un acto impensable, pero si el otro ni se da cuenta y no le va a hacer falta… ¿qué mal puede tener que me ayude un poco con lo suyo? Y así en todos los campos de la vida: se cae en un relativismo ético en que las cosas y las acciones son buenas o malas según me beneficien o perjudiquen en cada situación. Así, aun cuando siempre me hayan dicho que la droga es mala, y conozca las posibles consecuencias, si en este momento me ayuda a evadirme, o a ser aceptado por el grupo, convierto a la droga en “buena para mí”.
Una auténtica formación ética ayudará a no juzgar las cosas según los propios gustos y circunstancias del momento. Robar siempre será malo; matar, igualmente; la drogadicción, también, porque va en contra de mi persona, aunque momentáneamente me aporte ciertos “beneficios”.
Si no enseñamos a nuestros niños y jóvenes a actuar con base en principios éticos, y a distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, se harán ellos solos vulnerables a todo tipo de abuso en su contra. Los principios éticos son los que custodian la dignidad de la persona. Quien no los sigue, paga en sí mismo las consecuencias.
A todos nos corresponde parte de esta alfabetización ética. No es una simple tarea de la familia o de la Iglesia. La escuela y la sociedad han de involucrarse también para erradicar esta enfermedad de nuestros tiempos. Si bien es preciso que los padres de familia hablen de estos temas con sus hijos, igualmente será necesario que lo hagan los profesores, las canciones, los comerciales, las películas y las series de televisión.
Necesitamos unir las fuerzas de todos para lograr el 100% de alfabetización ética, pues sin ella el ser humano se destruye a sí mismo. Éste es un tipo de violencia muy grave: la que la persona se infringe por ir en contra de su propia dignidad, y de la que nunca se oyen denuncias. Hay que enseñar y ayudar a nuestros niños y jóvenes a respetarse a sí mismos. El analfabetismo ético es una injusticia muy seria, por lo que su erradicación ha de convertirse en una prioridad para nuestras sociedades, si queremos realmente equipar a nuestros hijos de los elementos básicos para salir adelante.
[1] Esto mientras no se trate ya de un problema de adicción o de enfermedad.
Tomado de Pedagogía en casa: claves para una buena educación en el ámbito familiar, de Liliana Esmenjaud, ed. Limusa.